jueves, julio 22, 2004

Juicio y sentimiento

Juicio y sentimiento
(folletín filosófico, psicológico, sociológico y autobiográfico por entregas)

Capítulo 1. Atroz autocontrol

  Mi padre opina que yo ejerzo sobre mí mismo un férreo control. 
  No sé cuál fue el origen de esta idea peregrina, pero he observado que no es el único que lo piensa. Sospecho que el mayor responsable de la propagación de esta idea entre mis familiares y mis amistades he sido yo mismo al contar lo que opina de mí mi padre.
 Estas cosas suceden. Cuentas una idea disparatada que alguien tiene de ti y al cabo del tiempo la gente sólo recuerda la idea que les contaste pero olvida que era una idea disparatada. Por eso se dice: "Difama, que algo queda".
 Así que a menudo me he tenido que defender de una curiosa acusación que consiste en reprocharme que ejerzo sobre mí mismo un desmesurado autocontrol.

 Autocontrol es una palabra que suena bien en determinados contextos, pero que en la mayoría de las ocasiones se emplea como sinónimo de: hipocresía, falta de espontaneidad, represión, conservadurismo y falsedad.
 Así que mi padre y otras personas parece que me imaginan como una especie de olla a presión que lucha constantemente por no revelar sus verdaderos sentimientos y emociones, un esforzado optimista que mantiene la sonrisa en su cara pero que en realidad está deseando gruñir o gritar, un reprimido que se muestra amable pero que en su fuero interno desearía insultar o golpear.
 Yo estoy, sin ninguna vacilación, a favor del autocontrol. Creo que es cierto lo que decía Aristóteles: una vida sin reflexión no merece ser vivida, y creo que es bueno lo que defendían muchos libertinos: el reinado de la razón y el cálculo de las pasiones. Creo también que si uno no aprende nada de la experiencia entonces es que pasa por el mundo como un tonco seco o como una roca, y que de nada le sirve el trabajo que la selección natural se ha tomado para crear su cerebro. Creo también que quienes  caen continuamente en el exceso al beber, al drogarse o al vivir no son por ello más sinceros y espontáneos, sino tan sólo más estúpidos, porque convierten el placer en displacer: no aprovechan más el placer, sino que lo cortan de raíz.
 Una vez he dejado claro que creo en el autocontrol, puedo decir que no lo ejerzo sobre mí mismo.
 Muchos, ya lo dije antes, dudarán de tal afirmación (a esos les responderé en su momento), mientras que otros quizá se pregunten: "Si estás a favor del autocontrol, ¿por qué no lo practicas?"
 La respuesta es: porque no lo necesito. No necesito ejercer el autocontrol porque no tengo nada que reprimir en mí. No soy esa olla a presión en la que emociones intensas bullen y los instintos permanecen encadenados en oscuras mazmorras. No me censuro, no me reprimo, no me controlo.
 A muchos, ya lo sé, esto no les parece posible. Voy a decirlo sin disimulo: no es problema mío sino suyo. Muchas personas no pueden creeer que un temperamento no sea dominado por toda clase de bajas pasiones porque se miran a sí mismos y lo que ven les hace pensar que todos han de ser como ellos. Y la verdad es que muchos son como ellos.
 La anterior es una manera muy directa de describir a los demás, resulta casi insultante y presuntuosa al mismo tiempo. Podría hacerlo con más disimulo, pero se trata precisamente de no ejercer el autocontrol, ¿no es cierto?
  Mi tarea ahora consistirá en explicar por qué afirmo con tanta desfachatez y descaro que no ejerzo sobre mi mísmo represión, censura y autocontrol. Lo haré con ayuda de William James.
 
Continuará...



1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Yo no estoy contra del autocontrol ni siquiera cuando eres una olla a presión. Por eso tengo tantos amigos porque no estoy dominada por las bajas pasiones y, cuando lo he estado, he intentado reprimirlo. Es insoportable vivir con una persona que no ejerza este control ni siquera por mera educación.

Proserpina

8:18 p. m.  

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